febrero 14, 2010

La televisión

Los niños de hoy día se encuentran con frecuencia ante la pantalla antes de empezar a hablar. Podemos entender por qué. Es el único instrumento que permite mantener tranquilos a los niños sin tener que ocuparse de ellos. Y esto no puede dejar de tener consecuencias en la función simbólica y las formas de simbolización. Según la UNESCO "los niños pasan un promedio de tres horas por día frente a la pantalla chica lo cual representa al menos un 50% mas de tiempo dedicado a ese medio que a cualquier otra actividad paraescolar, incluidas las tareas para el hogar, pasar el tiempo en familia, con amigos o leyendo". Y la publicidad omnipresente y agresiva, constituye un medio de adiestramiento precoz para el consumo y una exhortación a la monocultura de la mercancía. Los publicitarios mas ageresivos han comprendido claramente qué ventajas podían obtener del derrumbe posmoderno de toda figura del Otro: tampoco vacilan en recomendar precipitarse en la fragilidad de la familia y la autoridad para instalar marcas, nuevas referencias". (folleto distribuido en el Coloquio del Institute for International Research llevado a cabo los días 26 y 27 de febrero de 2002 en París, cuyo tema era "Adoptar una comunicación con un objetivo preciso para llegar al corazón del universo del niño"). Las marcas entendidas como las nuevas referencias: aquí estamos en el corazón mismo de una operación ideológica inédita, portadora, no dudamos, de efectos clínicos considerables en nuestras sociedades posmodernas.

Además está la violencia de las imágenes: a los 11 años un niño medio ha visto alrededor de 100.000 actos de violencia y habrá asistido a 12.000 asesinatos. Y nos encontramos con que siendo de una generación que criticó los cuentos de las abuelas, con sus ogros, brujas y lobos queremos reivindicarlos, ya que descubrimos diferencias cruciales: 1) la abuela al mediatizar el horror lo integraba en el circuito enunciativo y lo volvía, de algún modo, aceptable; 2) existe una neta diferencia entre el universo netamente imaginario del ogro del cuento que obliga al niño a concebir ese universo como otro mundo (el de la ficción) y el universo muy realista de las series televisivas con riñas, violencia, violaciones y asesinatos, sin distancia con el mundo real.

Además, transmitir un relato es, en efecto, transmitir contenidos, creencias, nombres propios, genealogías, ritos, obligaciones, saberes, relaciones sociales, pero es también y sobre todo, transmitir el don de la palabra. Es hacer que pase el habla de una generación a otra, de manera tal que el destinatario del relato pueda, a su vez identificarse como sujeto y, partiendo de ese punto, situar a los demás alrededor de sí, antes de sí, y después de sí. Es indispensable instituir al sujeto hablante. Si esta antropoinstauración no se da, la función simbólica sencilla o más vale, complicadamente, no se transmite.

Incapaz de transmitir por sí sola el don de la palabra, la televisión pone el peligro la construcción simbólica de los recién llegados y pone trabas al traspaso del legado mas precioso: la cultura.

Lic. Tatiana Reitman

Fragmento del artículo "La Dignidad del Sujeto: Palabra, Cuerpo, Goce", publicado en la revista Encuentros del Colegio de Psicólgos de San Isidro

No hay comentarios: