marzo 09, 2010

Por qué tengo que comer?

La anorexia y la bulimia sólo en apariencia son trastornos de la alimentación.  El psicoanálisis nos permite concebirlas como manifestaciones sintomáticas (en el sentido amplio) de ciertas perturbaciones en los vínculos sociales y en la relación con el propio cuerpo.  Por ello, no se trata meramente de rectificar, o de imponer, pautas alimentarias, sino de abrir un ámbito en el que quienes las padecen puedan hablar y ser escuchados.  De este modo, surge la posibilidad de una transformación que preserve la dignidad del sujeto.

El siguiente caso clínico fue presentado en las Primeras Jornadas sobre Anorexia y Bulimia del ICBA por la Lic. Beatriz Udenio.

María tiene 15 años y desde hace alrededor de 10 meses ha bajado mucho de peso pues casi no quiere comer.  Son sus padres quienes me consultan hace alrededor de cuatro meses, después de un período de algunos meses de tratamiento en una institución para pacientes anoréxicos y bulímicos, que interrumpieron espantados (el uso del término lo justifica) en el momento en que en una reunión que agrupaba a varias familias, una madre relató con entusiasmo que habían encontrado un método para lograr que su hija adolescente comiera, que fue atándola a la silla (sic).  Esto concitó la felicitación del equipo interdisciplinario que se ocupaba de los pacientes, ya que respondía a la orientación a seguir: se trata de que aquellos que no comen, coman, "tienen que comer", y el método a emplear es irrelevante, mientras el objetivo se cumpla.

Estos padres no entienden qué pasa con María, quien hasta hace un año atrás, se las arreglaba con tranquilidad en la vida, sin mayores dificultades,  Ahora la ven triste, desganada y sin voluntad ni deseo de sostener ninguna de las actividades que antes le eran tan queridas, como la práctica de un deporte por el cual formaba parte del equipo femenino nacional, y cuyo entrenamiento ha debido discontinuar debido a la baja de peso corporal.

Es cierto, María tiene de entrada un aspecto desganado, la mirada opaca y triste, un rictus amargo, muy delgada, con su rostro en extremo anguloso.

No habla, y no es seguro que quiera hacerlo.  Así comienza, entonces, la partida a jugar.  Ella no tiene nada para decir salvo que no tiene ganas de nada, que llora, que la vida le parece vacía, sin gusto ni sentido.

Viniendo de un tratamiento donde el centro era hablar y tratar el trastorno alimentario, se ve una impregnación de todo a partir de este punto.  Le propongo conversar sobre cuando todo esto comenzó a ocurrirle (y no solo el problema alimentario), entonces las primeras entrevistas transcurren orientadas por mis preguntas, a partir de las cuales es posible situar el comienzo de algunos cambios en ella: en el momento de cursar 7º grado y con el comienzo de sus cambios corporales.  Su obstinación por no soportar una forma corporal nueva, una "pancita" redondeada, la habían llevado a cuidarse en las comidas, pero este sentido ofrece una apertura ante una frase surgida de improviso: su entrenamiento deportivo le requería correr y, en un momento determinado, no soportaba el impedimento que ella consideraba le imponían sus senos en crecimiento.  La rabia con la que relata esto deja en evidencia un "por qué tengo que aceptar esto que No quiero", y ubica una primera forma de entender el dejar de comer como voluntad de rechazo y evitación de sus redondeces.  Primer esbozo de que detrás del desgano y del abandono a un vacío, está la bronca y el rechazo a eso que se le impone sin que ella pueda, en principio, rechazarlo.

Pero los cambios puberales vinieron acompañados también por cambios escolares y una modificación de su rendimiento académico.  En este punto, el aparente desgano y sufrimiento por no responder más al ideal que ella misma había sostenido en la infancia, deja al descubierto una bronca muy grande por lo que ella considera un mayor interés de su padre, sobre todo, por las ocupaciones de sus dos hermanos mayores, varones, a los que él siempre acompañó en sus actividades deportivas (el fútbol, por supuesto).  Otra formulación se hace paso durante las entrevistas, al momento de ubicar su modo de respuesta a la preocupación de los padres por lo que le pasa actualmente: "Ah, ahora venís... (...)  No quiero hablar, hablo para que ellos estén bien, pero antes ellos no se ocupaban..."  Esta formulación permite situar otro plano del rechazo de lo que viene del Otro, anclado en una profunda reacción de insatisfacción ante lo que ellos no le han dado, y lo que le ofrecen ahora, no lo quiere.

Esta posición comanda también su posición en las entrevistas y señala uno de los puntos de preocupación de los que les hablé al comienzo: su rechazo de lo que le ofrecen, porque nunca es eso, da a las escansiones que se producen en las entrevistas un valor relativo.  Su retorno, vez por vez, por supuesto estará marcado por una insistencia: "sigo mal, no tengo ganas de nada, siento un vacío".  Punto.

Un recuerdo infantil, sin embargo, se abre paso al mencionar la bronca: le han contado que ella, de pequeña, a la hora de tomar la merienda le decía al padre: "¡quiero la leche YA!!" y si llegaba unos instantes más tarde, ya no era lo que esperaba.

María es una tirana de la insatisfacción, pero su modo de rechazo tan pertinaz no es menos riesgoso para ella, ya que lleva su "No quiero..." hasta límites que la han puesto en verdadero peligro.

Diría que la orientación de las entrevistas hasta ese momento intentaban despejar el valor de respuesta que tomaba el desgano como forma de acusación al Otro de haberla abandonado ("mi padre se ocupaba de mis hermanos y no de mi") ubicando como modo más radical de respuesta su posición de enojo con el Otro e insatisfacción, siendo ella la que se alejaba de todo y rechazaba lo que le viniera de aquél.

Se perfilaba su forma de interprear la respuesta del Otro: me dejó sola, no me conformo con nada de lo que me dan.  Bronca, resentimiento.

¿Por qué tal demanda en lo relativo a la comida asociada al padre?  Es que había un dato de importancia en la dinámica familiar: durante 10 años, y hasta hace algunos meses atrás, el padre estuvo sin trabajo, ocupándose de la casa, y la madre era quien sostenía el hogar gracias a su oficio de profesora de idioma.

María indicaba también un gran resentimiento respecto de su madre: "Ah, antes no estuvo y ahora se acerca... me molesta ahora, y no soporto que se acerque".  Esto que no soporta también remite a una distancia con su madre, y a una idea oscura respecto de su madre y su propia relación con lo que desea, y a la situación invertida de lugares masculino y femenino en el hogar.

Una contingencia pudo ser utilizada durante una de las entrevistas.  Le informo que saldré de viaje por 15 días.  Me pregunta adónde voy y decido responderle "a Francia".  Ella dice: "Uy, mi mamá se va a morir!" "Ah sí?, exclamo, ¿por qué?"   Responde: "porque es profesora de francés"  "Y eso qué", avanzo.  "Es que ella se muere por conocer Francia", agrega.  Entonces termino: "Ah, entonces mejor que no se muera, porque sino no va a tener la posibilidad de conocerla alguna vez..."  Esta respuesta, con la que termina esta entrevista, la deja algo confusa.  Entre el humor y la ironía, bromeando con la muerte como abatimiento del deseo también, que lleva implícita su frase, a la vez siguiente viene contando que, simplemente, está comiendo un poco más, lo justo para sobrevivir, pero agrega que tiene ganas de tener ganas, y habla de su abuela materna.  Esta abuela, ahora enferma e internada, es profesora de geografía y se ha dedicado a viajar, "es alguien que sabe disfrutar de la vida", dice.

Esto abre una posibilidad, aunque su posición no me parezca muy fácil de conmover.  La vez siguiente vuleve diciendo que come un poco más ahora, pero que pelea todo el tiempo con sus padres, porque está resentida con ellos, que les tiene bronca y que cuando se sienta a la mesa se le hace un nudo en el estómago, porque le da bronca: "Y por qué tengo que comer, ¿eh?!".  Mi intervención se desprendió en el silencio que dejaba resonando sus propias palabras, que tomaron una dimensión entre grotesca y divertida a la vez, simplemente acompañando un gesto y una exclamación, mientras la acompañé hasta la puerta.

Comentarios de Gerardo Maeso:

El trabajo que se acaba de presentar creo que muestra las diferencias que introduce un analista cuando es llamado a ponerse en contacto con pacientes anoréxicas.  Esta diferencia es claramente distinta respecto a la respuesta que pueden dar la medicina y la psiquiatría cuando la vida del paciente corre peligro.  También constituye un modo de posicionarse diferente frente al síntoma que, para nosotros los analistas, no es sólo un obstáculo sino una solución de compromiso para sobrellevar los avatares de una existencia a veces desdichada.  Si estos pacientes se han alienado en un sistema que pone de manifiesto una crueldad increíble respecto de los cuerpos que soportan un discurso tiránico, como se aludía previamente, no es menos cierto que la terapéutica que va ceces se propone en las instituciones que se dedican al tratamiento de anoréxicas implica un aplastamiento redoblado del sujeto cuando presentan, por ejemplo, como un modelo de excelencia este "tienen que comer" ligado a la imagen de una joven atada a una silla.  Felizmente este grupo familiar buscó otra alternativa que abrió la posibilidad de otra respuesta a la pregunta.

En el intento terapéutico anterior el hablar quedó reducido a sólo tocar el trastorno alimentario, parecía que le había sido expropiada la palabra a la paciente al renunciar a una significación diferente a la que se anudaba alrededor del "¡tiene que comer!".  Es así como al iniciar un análisis, o las entrevistas previas, se le sugiere conversar algo sobre el origen de los hechos que la traen, y ésta pone de manifiesto, cuatro o cinco cosas fundamentales, que comienza en séptimo grado, cuando comienzan los cambios corporales, que aparecía una pancita redondeada y estos senos que empezaban a crecer y que de alguna manera obstaculizaban su tarea deportiva.  Aparece aquí cierto rechazo a la feminidad que adviene en la pubertad y aparece la primera respuesta: "¿por qué tengo que acepar esto que no quiero?".  Yo creo que está referida al cuerpo, a lo cual ella le da un tratamiento: "rechazo el alimento y modifico mi cuerpo".  Ahi surge nuestra pregunta: ¿por qué esta púber rechaza las redondeces que denotan la feminidad?  Y nos contestamos con el relato del caso que caía un ideal sostenido en la infancia, y es que ella al parecer se sentía corporalmente parecida a sus hermanos varones mayores, deportistas ambos, que eran motivo de la atención, del amor y del deseo paterno, que llevaba a este padre a acompañarlos y a sostener su actividad deportiva, cosa que parecía no hacía con ella.

La mirada de María, entonces, hacia ese mundo masculino nos revela el fuerte impacto de la castración que aquí impide el advenimiento a la feminidad en tanto rechaza las nuevas formas para intentar sostenerse a nivel del parecido con el varón.  Realiza un reproche a los padres de que ellos no se ocuparon antes y que ahora que ellos están preocupados es ella la que resiste. "Ahorala que no quiero soy yo".  

Se sabe que en la histeria hay dos modos clásicos de sostenerse y de sotener la insatisfacción, uno es decir "el objeto no es éste" y así trasladarse a una metonimia incesante que lo hizo pensar a Lacan en el deseo insatisfecho como metáfora del deseo mismo.  Pero aquí ésta paciente tiene otra posición, cuando mencionaba lo de la leche: "si, es eso lo que quiero, pero llegó a destiempo".   Diríamos que esto plentea una problemática, que es pasar la responsabilidad al otro y constituir un factor de alienación difícil a veces de superar.  Todo converge, finalmente, en un resentimiento hacia su madre; "si antes no estuvo y ahora se acerca, no la soporto".

Es interesante observar que la madre, al decir de la paciente, no tenía una relación clara con su deseo, pero es fundamental que destaque que ella de alguna manera, lo deja entender, favorecería la no instalación del lugar femenino-masculino a raíz de que tuvo que hacerse cargo de mantener la casa durante un prolongado estadio de desempleo del padre, que llevo diez años sin trabajar.  Sin duda, esta observación de la paciente alude a la falta de estabilidad de las identificaciones que aparecen en el origen de las perturbaciones de María.

Quería comentar una última cosa, y es la relación que tiene respecto a su analista, esta nos revela claramente la repetición de un amodalidad distante, que creo que hizo pensar en una transferencia bajo sospecha, y que de alguna manera representa algo así como una transferencia negativa, que era un desplazamiento de la relación con sus padres al análisis. Pero hay una contingencia, y es lo que permite la operatoria analítica, y es el viaje que debe realizar la analista a Francia, se lo comenta a la paciente y aparece un equívoco sobre el muerto de ganas, ese equívoco la deja un tanto confusa a la paciente, pero vuelve con una novedad importante y es que ha comenzado a comer lo justo, lo necesario para vivir, o sea, da idea de una movilización del deseo. Creo que la intervención tiene más valor por el equívoco que suscita, el equívoco es lo que de alguna manera introduce la posibilidad de otra lectura, y aquí entonces observamos cierto movimiento recordando a una abuela, alguien que, según el decir de ella, sabía disfrutar de la vida.  O sea, este equívoco abre el camino a volver a tener ganas de tener ganas.  Esto nos indica entonces, que, pese a las dificultades y la responsabilidad que nos crean estos pacientes como María, el eje de toda terapéutica es por otra parte del analista sostener el deseo a ultranza para reabrir las preguntas que ya encontraron respuesta, como es el caso de esta paciente, lo que me hace pensar que en el tratamiento de la anorexia el analista no debe faltar.  Pero éste es el problema que nos traen estos pacientes, son pacientes que necesitan algo más que el analista, necesitan balancear sus dietas, necesitan que el cuerpo se sostenga con vida, entonces, diríamos, no toda la terapéutica pasa por el analista, pero lo que nosotros podemos hoy decir, sin duda, es que el analista no debe faltar.


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