abril 13, 2010

La Escuela (breve reflexión)

Algunas frases: "ya no son alumnos"; "ya no escuchan".  Y podríamos agregar, probablemente no hablen.  No en el sentido de que se hayan vuelto mudos, sino en el sentido de que tienen grandes dificultades para integrarse en "el hilo del discurso que distribuye, alterativa e imperativamente el lugar de cada uno: el que habla y el que escucha".

Distribuirse en el "hilo del discurso", significa que la palabra posee en sí misma una autoridad.  Dice Maurice Blanchot: "Hablar es siempre hablar según la autoridad de la palabra".
Se inaugura, pues un tristie destino, para esos nuevos alumnos mal instalados en la función simbólica, pues se encuentran de algún modo privados de enigma.  Al no hablar ya, según la autoridad de la palabra, tampoco pueden escribir ni leer.

Ciertamente, uno puede decidir que puesto que ya no lo pueden hacer, tampoco es necesario pedirles que lo hagan.  Y ésa es lamentablemente la posición de muchos pedagogos, posición que tiene sus consecuencias.
Hannah Arendt hace ya más de treinta años había previsto las consecuencias devastadoras que tendría para la educación de los niños las teorías pedagógicas que cuestionaban toda forma de autoridad: sin la autoridad bien entendida nos dirigimos directamente hacia el autoritarismo.

La autoridad no es ni la igualdad (que es lo que se procura construir) ni la coherción (que es lo que se busca proscribir).  La autoridad corresponde a una necesidad bien específica: la de introducir en un mundo preestablecido a los recién llegados por nacimiento.  Es necesario hacerse cargo de esta introducción, de lo contrario, "esta autoridad abolida por los adultos sólo puede significar una cosa, que los adultos se niegan a asumir la responsabilidad del mundo al cual han traído a sus hijos".  Debe haber un hilo generacional que atribuya autoridad para darle su lugar a cada generación.  Se debe instituir al joven como alumno.

Desde el punto de vista de la educación, la ruptura entre la modernidad y la posmodernidad es, pues, sobrecogedora: una generación ya no se ocupa de la educación de la siguiente.

Como consecuencia de este corte en la transmisión, el sujeto posmoderno se representa como in engendrado, en el sentido de que se ve en la posición de ya no deberle nada a la generación anterior.  E incluso ocurre lo contrario, es como si todo le fuera debido, pusto que se lo ha traído al mundo sin preguntarle su opinión.  Si así fuera, aún se nos escapa la medida de los efectos que pueda tener esta inversión de la antigua deuda simbólica.  Resulta evidente que este nuevo sujeto precario del posmodernismo es una víctima.  La única solución sería que el nuevo sujeto precario vuelva a tener acceso a la simbolización y recupere su dignidad.  Porque aunque estemos, como dice Roberto Juarroz:

Endemoniados por la palabra,
aunque no existen hace mucho los demonios.
Condenados por la palabra,
aunque no existan tampoco jueces válidos.
Malditos por la palabra, aunque hayan
cesado los conjuros y los brujos.
Mutilados por la palabra,
aunque se hayan perfeccionado las prótesis
y otros lenguajes parezcan aguardarnos.
Silenciados por la palabra,
que va consumiendo sus últimos rescoldos
como en un pacto indisoluble.
La palabra es una flecha ardiente
que llevamos clavada,
pero afuera está el frío sin límites.

No olvidemos: afuera está el frío sin límites.

Tatiana Reitman (Fragmento de "La dignidad del sujeto: palabra, cuerpo, goce) publicado en la revista Encuentros


1 comentario:

quaidabela dijo...

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