febrero 13, 2011

Consecuencias de la invención lacaniana del objeto a para la experiencia psicoanalítica



Entre Freud y Lacan… el objeto a

“No hay manera de no ceder en el ser
para tratar de obtener, del Otro, algún sentido
que garantice la mera entrada en la estructura” (1)


Según Lacan el objeto a fue su única invención.  Y vaya invención, entonces, si se la considera como el concepto que permite pensar a la clínica psicoanalítica de una manera diferente a lo que hiciera Freud en cuestiones tan fundamentales como la dirección de la cura y el fin de análisis.  Lacan logra esencialmente con este concepto dar una “vuelta más de tuerca” a todo lo que Freud había creado. 

Buscando entonces, las consecuencias de esta invención, sería interesante poder definir al objeto a, pero ahí comienza la primera de las dificultades cuando se quiere teorizar al respecto: no hay una definición.

El objeto a es: resto, plus de goce, causa de deseo, objeto del fantasma, objeto de identificación en la melancolía, etc., etc.  Todas definiciones huecas sino se las puede aplicar al tratamiento con pacientes y a la vez todas definiciones infinitas en lo que sería el desarrollo teórico de cada una.  Y es este intento lo que ha llevado a los analistas a pensar la clínica en relación con la lógica de la falta. Y esto es así porque a partir del objeto a surge un sujeto, pero es tal su singularidad que solo existe conceptualmente, es un objeto ausente, una falta.

A pesar de su dificultad para ser aprehendido, hay cuestiones de la clínica que hablan por él.  Una es la angustia.  Lacan decía que la “más patente manifestación de que el objeto a ha intervenido es cuando surge la angustia”.  Otra: como resto de la imagen especular, conduciendo así al imaginario.

La relación que debe tomarse entre angustia y objeto es la rectificación que hace Lacan a lo que Freud dijera de la angustia.  Para Lacan “la angustia no es sin objeto”.  Y no habla del objeto que la causa, sino de este inasible objeto a.

Si el sujeto es el destinatario del psicoanálisis, como máximo exponente de la clínica y es a partir del objeto a que surge un sujeto, es fácil pensar la importancia que éste tiene para la dirección de la cura.

Viñeta de caso clínico: paciente que consulta por la angustia que le causa no poder separarse de su mujer… de su madre y de su hermana.  Todo el dinero que hizo trabajando no alcanza para satisfacerlas, siempre le reclaman algo más. “Siempre creí que cuando les diera todo a mi madre y a mi hermana (casa, negocio, dinero) iba a poder ser feliz, pero no fue así y ahora mi mujer también reclama cada vez más”.

El goce que este paciente sostiene está en su posición fálica, donde su condición económica le permite proveer a toda su familia que lo demanda en forma desmedida.

Ha ido creando una existencia a partir de una madre voraz a la que su padre no pudo poner freno (o al menos no el suficiente) y él tampoco.  Cada madre tiene su medida fálica y son identificables en el discurso del análisis, en las formaciones del inconsciente o en la asociación libre.  Pero en todo esto también está en juego el objeto a, que no es identificable pero va dejando huellas en el sujeto.

Es su angustia la que permite pensar de qué manera está operando el objeto a, ya que es ella la que habla por él.  Su “ubicación” dependerá del entramado lingüístico desplegado en el análisis para que a través del simbolismo, que revela al objeto, pueda perfilarse la “falta que falta” causante de la angustia.  Queda claro que el objeto a nunca podrá cifrarse en el inconsciente porque no forma parte de los símbolos, no es un significante. 

Este simbolismo del que nos valemos en análisis, se vuelve dificultoso para un sujeto como éste que actúa impulsivamente y sin poder “frenar” para pensar lo que dice o lo que quiere decir.  A su vez, es esta impulsividad la que lo ayuda a mitigar la angustia.  Se genera así un círculo en el que el objeto a amenaza con perderse ya que sin angustia y sin simbolismo, difícil será rastrearlo.  Pero todo análisis cuenta con la “fidelidad” de ambos (angustia y simbolismo) ya que la primera es lo que trae al sujeto a la consulta y el segundo lo que hablará de ella.

Pero así como se menciona lo simbólico, también hay que incluir lo imaginario (lo que el otro demanda, en el caso de este paciente, madre, hermana y esposa reclamando continuamente, o para decirlo de otra manera: él entiende que ellas le demandan cosas todo el tiempo sin poder decirles que no).  Y aunque estemos en lo imaginario, el objeto a tampoco será imagen, aunque se puede incrustar en ella como una astilla. 

Y lo real (su relato y su forma de mostrarse, que aquí se patentizan como agobio e impotencia ante la situación, mostrándose como una víctima de las mujeres que lo rodean, y en un estado de impulsividad con el que se maneja a diario).

En este anudamiento de RSI se alojará el objeto a y habrá que ir a buscarlo a través del arduo trabajo del análisis ya que como decía Lacan: “el sujeto de modo alguno podrá ser situado de manera exhaustiva en la conciencia, ya que ante todo y primitivamente es inconsciente”, y sin duda aquí radica la dificultad por tratarse de un terreno en el que el paciente todo lo desconoce.

Si se toma otra de las formas del objeto a: “lo que el sujeto resta al Otro” para vehiculizar su propio deseo, se puede ver en este paciente como su deseo queda preso al no poder restarle a la madre parte de su gran voracidad, extendiéndose luego a la hermana y a la esposa.

Es interesante pensar el lugar en el que él se coloca al pensar que su esposa, según sus dichos, se parece a su madre; como parece “atraer” o “buscar” este tipo de mujer de la cual se queja y de las que no se puede desprender.  Freud decía que “esto se debe a un estrechamiento en el mecanismo del yo, produciendo una limitación del campo de interés que excluye cierto tipo de objeto precisamente en función de su relación con la madre”.  Estos son los extremos de la tan conocida cadena que forman la Inhibición primero y la Angustia después.

Respecto de la madre, queda ubicado como el falo, al no poder restarse de ese lugar, siendo atrapado por una neurosis infantil que hoy en día le cuesta tramitar.

Esta filiación con el Otro, acompaña al sujeto durante toda su vida, marcando cada paso, decisión y/o elección que haga y en el éxito que tenga en disolver el vínculo, o sea en acceder a la certeza de la inexistencia del Otro, verá surgir su propia existencia, que en el mejor de los casos dará lugar al amor.

Este paciente no ha podido desconsistir al Otro, su madre, ya que ha seguido demandando y demandando, sin que él pueda “frenarla”; así es como no logra tramitar un amor genuino y aparece esta idea de que debe separarse de ella para encontrar un poco de paz.

El dejo melancólico que a su vez presenta, lo lleva a creer en el goce del Otro.  Un Otro voraz que a su vez lo culpa por gozar pasivamente en esta fusión que los liga.  El sentirse gozado puede conducir al extremo de causar perjuicios sobre sí mismo en el afán de eliminar a ese Otro.  Y en palabras de Lacan que nadie podría expresar más claramente: “No es por nada que el sujeto melancólico tenga semejante propensión, siempre cumplida con fulgurante, desconcertante rapidez, a tirarse por la ventana.  La ventana, en la medida en que nos recuerda el límite entre la escena y el mundo, nos indica el significado del acto por el que en cierto modo el sujeto vuelve a esa exclusión fundamental en la que se siente, en el momento mismo en que, en el absoluto de un sujeto, absoluto del que sólo nosotros, los analistas, podemos tener una idea, se conjugan el deseo y la ley.”  Esto habla de la gravedad que puede presentar este tipo de pacientes.

Esta madre, este Otro, tesoro de los significantes, no ha sido agujereada correctamente por este hijo para poder instaurarse como sujeto dividido, sostenido por el fantasma que lo conducirá a una metonimia deseante.  Si esto hubiera ocurrido dentro de parámetros más satisfactorios habría un sujeto con una existencia menos angustiante y culposa que la que lleva.

“Qué me quiere el Otro”, pregunta ésta del fantasma, encuentra aquí como respuesta una pura demanda por parte de las mujeres que lo rodean, no logra agujerear ese universo de discursos y se transforman en una amenaza.

El lenguaje sin agujero es  intrusivo, perseguidor, destructor y fragmentador y esto ha sido así porque esta madre no pudo dirigirse al hijo más que con consignas de crianza.  No dejó entrever en sus dichos que su apetencia fálica se debe a la operación paterna que opera en ella.  La palabra del Otro cuando se dirige al sujeto, debe nutrirse de su propio vacío, de su deseo, cuando no es así, solo imparte imperativos de goce.

¿Será todo este conjunto de cosas que lo aquejan y le causan angustia, esas bizarrías del yo de las que habla en su libro Silvia Amigo y que son causa de un objeto a positivizado?  Oscuro Objeto del Otro.  Seguramente…

Si se piensa entonces, al objeto a como el objeto que cae, que es expulsado como resto de sentido del significante causa de goce, se puede encontrar aquí una función muy empobrecida, ya que el significante causa de goce no termina de caer.  El goce sigue circulando y angustiando. 

Lo que se resta a la imagen especular, causa del deseo, se desliza en una metonimina y no termina de capturarse; resto del sujeto al Otro como causante del propio deseo.

La tarea del análisis sería negativizar al objeto a, lo que permitiría un sujeto con una posición inconsciente para el deseo.  

Si en la neurosis obsesiva, como sería este caso, el deseo se presenta como imposible, en su fase patológica, debería pasar a ser el motor del deseo permitiendo conseguir las cosas anheladas.  Este paciente obtiene grandes logros económicos que no le interesan, pero en lo que respecta a las cuestiones sociales y familiares no es capaz de convertirse en el hombre que quiere ser.

El final de análisis para Lacan modifica la visión que tenía Freud y esto es debido a la introducción del objeto a.  Freud lo planteaba en relación a la posición del sujeto con el falo y en cambio Lacan lo relacionará con ese objeto que cae por fuera de la dialéctica fálica y será lo que de lugar a lo que uno es para el Otro.  Cuando se logra construir ese objeto, al final del análisis, ya no será una cuestión fálica, sino que habrá una destitución subjetiva: “yo no soy ese objeto para el Otro”.  El fin del análisis será la caída del objeto a.

Objeto a y falo, igual que Lacan y Freud, no se invalidan mutuamente, sino que se articulan en la clínica.

Entonces, este objeto a, única invención de Lacan, concepto inasible en la clínica e imposible de definir, resulta ser tan revolucionario en la práctica psicoanalítica que sin él el psicoanálisis seguiría siendo freudiano y no lacaniano en lo que respecta a la dirección de la cura y al fin de análisis.

 Lic. Sandra M. Leal 
 



(1) Amigo, Silvia: Clínicas del cuerpo, pag. 156

No hay comentarios: