febrero 15, 2011

Consejos antes de ir al diván

El psicoanálisis (en este término incluiremos la práctica ortodoxa y las psicoterapias basadas en la teoría psicoanalítica) continúa siendo el mejor instrumento conceptual y práctico para el desciframiento de los mecanismos de la mente y para el tratamiento de los problemas psicopatológicos del ser humano.  Por ello acudir a la consulta de un buen psicoanalista, es decir con un profesional de buena formación y de honesta vocación, es la mejor decisión a tomar ante síntomas que dificultan el vivir.  Es bueno estar prevenido ante ofertas de tratamientos "más rápidos y más eficientes" que, a la larga, demuestran su inoperancia luego de hacer perder tiempo y dinero.

Uno de los problemas más serios es que hoy se llama "psicoanalisis", genéricamente, a una amplísima variedad de tratamientos o seudotratamientos, muchos de ellos ejercidos con irresponsabilidad por quienes no han recibido la formación que Freud consideraba indispensable: un riguroso psicoanálisis personal, supervisiones con profesionales de mayor experiencia, la severa protección del secreto profesional.  Es de reconocer y de lamentar que en los últimos años el psicoanálisis haya sufrido un proceso de degradación similar a todas las actividades nobles en nuestro país y que la crisis económica haya afectado la posibilidad de formarse para los terapeutas y la de tratarse para los pacientes.
Es por todo ello que no estarán de más algunos consejos:

1. Elija bien a su psicoanalista.  No es tarea fácil.  El pudor que habitualmente provoca el necesitar tratamiento psicoterapéutico hace que la búsqueda sea más tortuosa que elegir un oculista o un abogado.  A veces será una prima o, mas frecuentemente, la voz impersonal de una empleada de la obra social o de la prepaga comuinicará el nombre y teléfono de alguien que figura en la cartilla, preferentemente cerca de su domicilio.  Lo mejor será elegir con cuidado pues no es improbable que en ello esté en juego el destino de su vida.  No vacile en solicitar en la obra social o en la prepaga el currículo del terapeuta recomendado, están obligados a dárselo.  Sepa también que los únicos autorizados a ejercer legalmente la psicoterapia son los psicólogos/as y los médicos/as.  Los formados en "counseling" o en psicología social tienen otras incumbencias y delinquen cuando invaden el campo terapéutico.

2. Usted le paga a su psicoanalista para que lo ayude a resolver sus problemas, no para ser amado por él o por ella, tampoco se sienta en la obligación de devolverle amor.  Deberá esperar un trato cordial como el que se sobre entiende entre personas civilizadas pero desconfíe si su psicoanalista se esfuerza por ser seductor y amigable, ello puede ser un serio obstáculo en el curso de un tratamiento.  Si alguna vez se escucha a usted misma diciendo "mi analista es muy simpàtica, somos muy amigas" tenga por seguro que algo está funcionando mal.  Tanto afecto recíproco será un obstáculo para su progreso porque en el tratamiento no sólo se habla de sus dificultades para vivir sino que, afortunadamente, también las transferirá a la relación terapeútica.  Por ejemplo, alguien que ha tenido un padre muy autoritario y por lo tanto odiado transfiere inconcientemente dicho sentimiento a todos quienes ocupan un rol de autoridad en su vida.  Es por ello que el progreso en su profesión o en su trabajo se verá dificultado porque sostendrá una mala relación con sus jefes-padres.  Bienvenido será entonces que reproduzca dicho síntoma en su relación psicoanalítica pues es allí donde podrá hablarlo, concientizarlo y modificarlo gracias a que atravesará una etapa de "mala relación" en que se atrasará en el pago de los honorarios, o faltará con frecuencia, o reprochará a su analista la inutilidad de su tarea.  Esto será imposible en aquellos "psicoanalisis" que se instalan en una inconmovible atmósfera de "amor", de afecto recíproco, lo que suele responder a una íntima necesidad del terapeuta y no a un beneficio para el paciente.

3. No acepta consejos de su psicoanalista. Si éste se siente autorizado a darlos accede automáticamente a la categoría de "amigo", uno más en su lista de bienintencionados consejeros al cual podrá  citar en un bar y compartir un café mientras emprende la búsqueda de un profesional mas consistente.  Es que el escenario del tratamiento no concede al terapeuta el privilegio de saber lo que es bueno o malo para quien se ha puesto de buena fe en sus manos. Ese rol no debe disimular que ese supuesto saber sobre el otro es tan débil como su saber acerca de su propia vida.  ¿Qué potestad le da el derecho a opinar sobre si el paciente debe divorciarse, cambiar de trabajo o mudarse de casa? ¿Acaso él está seguro de las decisiones a tomar en su propia vida?

4. Desconfíe del psicoanalista que le cuenta sobre su vida y se muestra como modelo de identificación.  El buen psicoanalista suele ser silencioso pues sabe que la sesión es el lugar para el habla de quien necesita conocerse mejor, encontrarse en su propia historia (aunque los que son demasiado silenciosos quizás es porque no tienen nada que decir).  El que alguien gane dinero trabajando como psicoanalista suyo no significa que sea una persona más sana ni mejor que usted, simplemente, en el mejor de los casos, ha desarrollado el conocimiento teórico y práctico de un instrumento que lo habilita para ejercer, de la misma manera que un cardiocirujano no supone ser mejor que su operado porque éste lo necesitó para que le coloque un stent en su coronaria.
5. Su psicoanalista no debe tener con usted otro contacto corporal mas que el saludo.  Si durante el tratamiento ese pretendido "psicoanalista" pasa a la acción para "darle" el cariño que a usted le falta o para "enseñarle" a percibirlo está cometiendo lo que se llama un "acting out", actuar sus propios deseos, violando su misión que es la de ayudar a obtener cariño en el mundo de lo real no en el consultorio.  A propósito del erotismo disfrazado de tratamiento me permito darle un consejo: nunca se embarque en una relación afectiva con quien pretende o pretendió ser su psicoanalista.  La idealización que usted deposita en él o en ella por su anhelo de curarse conduce al conocido "amor de transferencia".  Esa idealización no resiste al mal aliento matinal, además es iatrogénico y perturbador tener relaciones sexuales con quien, por efecto de lo transferencial, está investido de proyecciones edípicas e incestuosas.  En algunos países la consumación sexual del vínculo psicoterapeuta-paciente es considerado mala praxis.  Yo estoy de acuerdo.

6. No permita que la frecuencia de sus sesiones sea fijada por razones económicas.  La crisis de nuestro país hizo que las tres sesiones por semana habituales años atrás, descendieran a dos y que últimamente lo corriente sea la única semanal. Su terapeuta debe tener honestidad de informarle, de acuerdo a un correcto diagnóstico, cuál es su recomendación al respecto.  En función de ello ambos buscarán una solución sí son necesarias más de una sesión semanal: una disminución de honorarios, el compromiso de pago futuro, algún otro recurso aunque nunca un servicio personal.

7. Un buen psicoanalista sabe que debe mantener a ultranza un riguroso respeto del "encuadre" dentro del que se desenvuelve su tratamiento, no sólo para establecer el indispensable clima de confianza para el sinceramiento de su paciente, sino también porque la realidad debe interferir lo menos posible en la indispensable dimensión simbólica e imaginaria.  Si es reiteradamente impuntual, si las sesiones son interrumpidas por llamadas telefónicas o por el ingreso de otras personas, si son frecuentes sus viajes y los cambios de días y horarios, despídase.  El campo del psicoanálisis requiere una "asepsia" tan rigurosa como la del quirófano.

8. Si lleva usted varios años en tratamiento y tiene la clara sensación de que esa relación se ha aburguesado y que ya no depara sorpresas como antaño, que se repiten tanto sus relatos como las intervenciones terapéuticas y que se ha ido generando una rutina "psicoanalítica" que se parece demasiado a un matrimonio aburrido, extienda sus alas y levante vuelo.  Mucho más si llega a sospechar que usted se ha transformado en la cuota de algún colegio privado.

9. Es insostenible, salvo casos de excepcional indicación, que si está usted deprimido o angustiado, quizás como efecto deseado del mismo tratamiento, su psicoanalista no apele a los eficaces psicofármacos con que se cuenta en esta época de revolucionario avance de la neuropsiquiatría.  El hecho de que la mayoría de quienes practican hoy el psicoanálisis no son médicos no debería ser óbice para indicar una consulta con un especialista habilitado para medicar y continuar el tratamiento en conjunto.  Un conocido mío que fue tratado por un cuadro depresivo durante varios años sin ser medicado denunció a su psicoanalista por mala praxis y la justicia le dio la razón.  Recordar que en los inicios de su carrera médica Sigmund Freud se dedicó a la investigación neurobiológica y cuando abrió su primer consultorio en Viena debajo de su nombre en la placa de la puerta de calle podía leerse "neurólogo".

Si luego de leer estos consejos usted confirma que su terapeuta es alguien confiable y se comporta de manera profesional tenga por seguro que ha tomado la mejor decisión posible al acudir a un tratamiento psicoanalítico para resolver sus problemas.  Se lo aseguro por experiencia propia como paciente en una etapa crítica de mi vida.


Pacho O'Donnell
(Psicoanalista, historiador y escritor)


Extracto de una nota publicada en la Revista Noticias

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